El aire de otros

Todos los días mis ojos recaían en la misma vista. Por las mañanas, cuando apenas me levantaba, abría las ventanas y me asomaba a respirar el fresco aire que recorría mi piel, rozando la luz del sol por mis labios cortados por el frío de la noche anterior. 

La claridad del día parecía cegarme, mis pupilas lagrimearon por el ardor del sol, mi visión parecía desvanecerse; mis brazos, mis piernas, mi cuerpo se disiparon por completo y caí al piso perdiendo fortaleza. Mi realidad se distorsionó por la aparición de una extraña sombra que se apareció ante mis ojos, tontamente intentaba levantarme, intentaba levantar mis párpados por completo, intentaba volver a vivir. 

Cuando me di cuenta que, en la dimensión del mundo en la que estaba, mis manos, mis piernas y mi cuerpo entero ya eran cenizas, pasé a ser una nada que volaba en el aire sin rumbo fijo, siendo yo, esta vez, el aire que otros respirarían en las mañanas cuando apenas abran sus ventanas. 

                                                                              

                                                                                                                                                                                      Lila Gwski 

  

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