La chica del ayer
Mientras recorría el muelle, miraba como los pájaros
volaban, oía sus cantos tan peculiares, me encantaba. Caminaba recordando mi
infancia, cuando estaba con mi padre, él es un hombre un tanto especial, no le
gusta la ciudad, ama el muelle tanto como yo, no he logrado heredar el amor al
campo, pero eso de adorar el embarcadero está en mí. Mi madre, odiaba pasear y
escuchar a los pájaros, pero cuando se casó con él, era rutina salir los
domingos por la mañana temprano a disfrutar del paseo por la costa mientras
tomábamos un café, de esos que vendían en la Bahía, siempre comprábamos
allí, al dueño le encantaba escuchar las historias de mi padre, a veces,
pasábamos varias horas charlando con él y mirando hacia la ensenada, donde todo
era tan perfecto y pacífico, parecía que los problemas desaparecían mágicamente
y todo se tornaba color de rosas, o como decía mi padre; “todo se volvía color
mar”.
Pero, en fin, éstos sólo eran recuerdos de un corazón adolorido y de una
mente intranquila, recuerdos de una chica del ayer, pero que permanecerán para
siempre.
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