Para vivir


La hora pasa y sigo sentada en el mismo lugar, contando azulejos, oyendo los gritos desesperados 

que llegan a mi; a lo lejos se oyen las camillas andar por los pasillos, el ruido del ascensor 

al subir y bajar, y un extraño estrépito que no reconozco, entre tantos otros que se pierden en mi mente 

distraída.

Uno, dos, tres... y empiezo otra vez; mi mente no descansa un segundo.

Las veinticuatro horas del día luchando para vivir aquella vida que estaba dispuesta a pagar con 

ilusiones y sonrisas, con amor y sin prisa. 

Las sabanas blancas, el olor a flores que me gustaría sentir, me lo imagino: 

un campo lleno de rosas margaritas.

Pero todo sabe mal; mi respiración se agita, mi pulso se apresura por vivir. 

En el reloj de arena que dibujé, la hora pasa más lento, la vida duele por cada minuto 

y mi cuerpo está pagando por su lentitud.

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