El aire de otros
Todos los días mis ojos recaían en la misma vista. Por las mañanas, cuando apenas me levantaba, abría las ventanas y me asomaba a respirar el fresco aire que acariciaba mi piel, rozando la luz del sol en mis labios resecos por el frío de la noche anterior. La intensidad del día parecía cegarme, mis pupilas lagrimearon por el ardor del sol, mi visión se desvanecía; mis brazos, mis piernas, mi cuerpo se disiparon por completo, y me desplomé en el suelo perdiendo fortaleza. Mi realidad se distorsionaba por la aparición de una extraña sombra que se manifestaba ante mis ojos. Ingenuamente intentaba levantarme, abrir mis párpados por completo y volver a vivir. Cuando me di cuenta que en la dimensión del mundo en la que me encontraba, mis manos, mis piernas y mi cuerpo entero se habían convertido en cenizas, pasé a ser una nada que volaba en el aire sin rumbo fijo, siendo yo, esta vez, el aire que otros respirarían en las mañanas cuando apenas abran sus ventanas. ...